Roma
A principios de 1962 llega a Italia con la intención de entrar en la Escuela de Pintura Española de Roma, pero su solicitud de admisión es rechazada por no llegar nombrado desde Madrid por el régimen franquista.
Sus nuevas amistades romanas organizan varias fiestas en las que Blanch va vendiendo sus cuadros y recabando nuevos encargos. Alquila un estudio en la Vía Urbana, junto al túnel de Traforo.
Hacia finales de 1962 toma contacto con el poeta Rafael Alberti y con otros miembros del Partido Comunista de España (en el exilio). El escritor trató de domiciliarse, y lo consiguió, en la Vía Giulia, en el mismo barrio de los españoles de entonces. Muy cerca, además, de la Iglesia de Montserrat, donde tenían descanso los restos mortales del polémico Alejandro VI, (Rodrigo Borgia), así como del último rey de España. Dos ilustres exiliados, uno de los honores del Vaticano y el otro del mausoleo de sus antepasados.
Alberti acaba de llegar de Argentina, y reorganiza el PCE en Roma, pero Blanch no es un hombre de compromisos y rehúsa formar parte de dicho movimiento político.
Declinó y nunca quiso afiliarse a ningún partido. Era un hombre más solitario que solidario, políticamente hablando.
A través de Alberti conoce al pintor Renato Guttuso, miembro del Partido Comunista Italiano, con el que entabla una gran relación de amistad y complicidad artística. El siciliano, de cincuenta años, gustaba de pintar en burdeles y también retrato femenino, una modalidad en la que Blanch acaba convirtiéndose en todo un virtuoso.
Blanch se siente en Roma como en casa, y prolongará su estancia en Italia durante más de una década. Una época muy productiva en la cual le cambia la paleta, y va adoptando unos colores más luminosos, reflejos de la vida alegre de la capital romana. Se va cuajando como pintor, y sus obras cobran una acentuada personalidad.
Crea a lo largo de su carrera un estilo tan personal entorno a la figura femenina, que un retrato suyo es inconfundible frente a cualquier otro. Las “mujeres Blanch” son únicas, y cada pincelada de su cara, cada forma, cada pliegue de sus faldas o cada perfil de sus hombros desnudos son en sí mismo un certificado de autenticidad.
A lo largo de estos años se traslada a pintar a otras localidades italianas, a bordo de un BMW destartalado que compra de segunda mano. Visita Nápoles , Florencia y Sperlonga. En sus últimos años, en la ciudad eterna, pasa largos períodos -mayormente en verano- en una pequeña localidad a las afueras de Roma.
Una vez asentado en la capital italiana, traslada su estudio y correspondiente vivienda para instalarse definitivamente en la Vía dei Serpenti número 7, en la parte antigua de la ciudad, junto al foro romano.
En cierto modo, se revela una vez más contra las modas y los tópicos. Cuando para todo el mundo el referente se encuentra en París, cuando supuestamente todos los pintores en España sueñan con trasladarse a Paris, Blanch desmiente con su propia experiencia esta supuesta máxima y reivindica Roma para el arte.
La crítica romana es benevolente con sus pinturas que muestra en varias salas. Se desconoce la cantidad y entidad de exposiciones que presenta durante su estancia en Roma, pero sin duda debieron de ser varias. Si que existe constancia de alguna de ellas, presentadas en las salas más importantes de Roma, como “Il Camino” o “Il Vértice”.
En este período romano entabla amistades con el fotógrafo Marco di Monti y con el arquitecto Aldo Leonori que le abre las puertas de varias galerías.
Durante su estancia en Roma, se producen algunas escapadas a España por distintos motivos. Viajes que aprovecha para visitar a Picasso, y para traerse a sus hijas a pasar algunas temporadas en Roma.
Blanch va quemando sus últimos cartuchos en Roma a comienzos de la década de los 70. Ultima algunas ventas, y marcha definitivamente hacia España convertido en un artista nuevo, que habla italiano, inglés, catalán y francés. Un bohemio intelectual que a nadie deja impasible.