Blanch en Girona

 Llega a España procedente de Roma, a finales de 1971. Se queda alojado en casa de su amigo el pintor  Rafael  Durán unas semanas, pintando en Cadaqués, y disfrutando de conversación e interminables veladas con los pintores Raimón Pichot, Josep María Prim, Josep Roca-Sastre, y por supuesto con su anfitrión Rafa Durán. 

También es en esta época cuando conoce a otra de sus amistades más apreciadas, Enrique Corominas Vila, por aquellos tiempos copropietario del Banco de Sabadell.


En 1975 Xavier Blanch adquiere una casa fantástica en Peralada, en la plaza de Sant Doménech número 5.  Un caserón antiguo de mil ciento cincuenta y nueve metros cuadrados,  que había sido propiedad del Marqués de Camps, y que adquire a Mará Asunción de Camps y Subirats junto al antiguo convento de los Dominicos. 

A partir de ese momento, Peralada se convierte en el centro neurálgico de su producción artística, así como en un lugar de peregrinación, de primer orden, para bohemios .

El pintor cuenta ya con cincuenta y cinco años de edad. Se encuentra en un momento de plenitud personal, artística y social.


A su casa de Peralada acuden todo tipo de personajes del mundo intelectual, económico y artístico. Grandes empresarios, escritores, e intelectuales. Amigos que alternaban visitas y fiestas entre Cadaqués y Peralada, como los pintores Raimón Aguilar Moré, Roca Sastre o Josep María Prim.   Raimón Pichot también era asiduo de Peralada.


Blanch aprovecha también esta temporada para trasladarse a pintar a la montaña, una de sus pasiones.


Toda la Sala Parés pasaba en aquellos años por Peralada. El propio Lluís Marsans, pintor que vive a 6 kilómetros de Xavier, en Villa Maniscle.

En esta época realiza gran cantidad de retratos, tanto en la propia casa, así como en el domicilio de su madre en Barcelona, a donde se desplaza con asiduidad entre 1973 y 1984. Sin olvidar su faceta de paisajista en un entorno que todavía mantenía ese especial encanto del Empordá que tanto apreciaba.



La casa materna, y al mismo tiempo improvisado estudio barcelonés, se encontraba en la Avenida Diagonal nº 363, entre Pau Claris y Laurea. Tenía un pequeño patio en el centro. Era muy grande y contaba con espaciosos salones donde pintar, que no se utilizaban para otra cosa. El mobiliario de estilo modernista es reflejado en multitud de retratos que el pintor realiza en esta casa. Son elementos recurrentes en sus obras el tocador con espejos, las sillas ovaladas, el comedor, etc. 


Las modelos profesionales cobraban bastante dinero en Barcelona, y algo menos en Peralada. En la capital las chicas llegaban, posaban y se marchaban para volver al día siguiente a terminar.

Pero en Peralada era diferente, algunas de ellas tomaban tanta confianza que se quedaban muchos días en la casa. Era un convivir con ellas, almorzaban, cenaban, dormían. Venían de muchas partes y se quedaban allí porque no era fácil llegar ni partir. Era un pueblo muy pequeño sin transporte.

“Las chicas le gustaban mucho, pero tenía lo que se llama buen rollo con las modelos, no era esa cosa banal de querer acostarse con ellas, no. Le gustaba la relación con un poco de historia, y era muy humano. Recuerdo un día que estábamos todos los pintores reunidos en Cadaqués porque venían los Maragall de Madrid. Entonces cada fin de verano venía una furgoneta de la Parés a recoger las obras de Durán, Pichot, Blanch, Roca-Sastre, etc., y en un cambio de sitio, después de cenar, se encontraron una amiga suya italiana, -que estaba llorando desconsoladamente- , él dejo solos a todos y a Maragall, y se fue con ella a consolarla y hacerle compañía, cosa que no hubiera hecho ninguno de los otros. Él tenía ese lado profundamente humano en todo momento. Este lado era el que le daba una gran dignidad a su parte bohemia”.

Entre las amistades de la pareja en su casa de Peralada destaca una por su importancia artística y mediática. Salvador Dalí visita en varias ocasiones la casa de Peralada en reuniones con otros pintores y escritores. También en compañía de Josep Pla, el gran escritor de Palafrugell, al cual Blanch conoce en una comida en Port Lligat, en casa de Dalí.


En 1977  Blanch es seleccionado para presentar su obra en Europa del Este. Concretamente en una exposición itinerante que recorre Moscú, Leningrado y Varsovia. Una iniciativa institucional que pretendía trasladar y dar a conocer fuera de nuestras fronteras el arte realista español contemporáneo.



La década de los setenta va finalizando para Blanch con una actividad frenética. Sus relaciones comerciales con la Parés de Barcelona se tensan cada día más, pero amplía horizontes y entre 1978 y 1980 participa en al menos dieciocho exposiciones, once de las cuales son individuales.

Expone pintura en lugares tan variados como Madrid, Barcelona, Cadaqués, Olot, Atenas, El Ferrol, París, Palma de Mallorca o Los Ángeles.  Está plenamente asentado en su trabajo y en Peralada.   El Empordá es sin duda su hogar y se siente integrado en el espacio.  De hecho, el veintinueve  de marzo de 1978 presenta en la Sala Parés una exposición individual monotemática sobre el Empordá. Acude a la cita con nada más y nada menos que treinta y nueve óleos , veintitrés de los cuales son paisajes de esta comarca. El resto figuras en escenas cotidianas.

En los veranos se traslada a un estudio en alquiler en Cadaqués. Allí recibe abundantes visitas. Entre ellas son habituales los Maragall de la Galería del Cisne de Madrid. Cada verano Manel Maragall ( El hijo de Raimon) se desplazaba a pasar unos días con su esposa y sus hijos a casa de Blanch. 

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